Tal vez os esteis preguntando la razón que me lleva a dar este nombre a la siguiente entrega. Sin embargo, fue esta la primera idea que asaltó mi mente al llegar a La Habana.
Sobre el vuelo no hay mucho que decir, aquellos que han cruzado el charco en avión saben que las nueves horas se hacen muy pesadas. En la cabina se acumulan olores y, sobretodo, cansancio, palpable en el ambiente.
Del trayecto quedan dos anécdotas para el recuerdo.
La primera se produjo en el aeropuerto de Madrid, en la T4. Una pareja se idolatraba mutuamente ante la cabina que da acceso a las puertas de embarque, mientras la autoridad competente revisaba su documentación. Frente a las atónitas miradas de todos el joven policía fijó sus ojos, con dureza, en los ojos del presunto enamorado, y con voz seca, agregó:
_ ¿Sabe usted que tiene una orden de alejamiento de esta señorita?
Y apuntó a la mujer.
Él se lo tomó con tal naturalidad que incluso daba miedo, y trató de explicar al joven policía su situación con la mujer, con bastante "guapería", que diría un cubano.
_ Ya, pero caducó el día 15... ¿no?
Fueron retenidos, y nosotras pasamos, de modo que no os puedo contar el resto de la terrible historia "De amor y de ostias"
La segunda sucedió en el vuelo, y la protagoniza mi hermana, a quien suelen pasar las cosas más dispares.
En los vuelos transoceánicos te ponen dos comidas: almuerzo y merienda o cena y desayuno.
Tras el almuerzo, de pasta y tomate, que deshacía el estómago, mi hermana, a quien a partir de ahora llamaré "mi jimagua", se dispuso a acudir al baño para lavarse los dientes. A la vuelta traía la cara un poco arrugada... y yo le pregunté...
_¿Te ha pasado algo?
Entonces se sentó a mi lado, y con el salero que la caracteriza, me dijo.
_¿Cuantas posibilidades hay de ir al baño de un avión, abrir la puerta, y encontrarte a un tío cagando?
De repente estalló la risa de ambas, cuando relató cómo después de abrir la puerta en pleno apogeo, tuvo que hacer de tripas corazón, y encerrarse en ese medio sarcófago que hace las veces de baño para aguantar la respiración mientras se lavaba los dientes.
El joven había olvidado poner el seguro a la puerta.
A las 20.30 en La Habana, el avión aterrizó sobre la Perla del Caribe, siendo mi primera imagen un pequeño cúmulo luminoso que se dispersaba al acercarnos.
El aeropuerto internacional José Martí está situado a 18 km de La Habana, en el municipio de Rancho Boyeros.
No es muy grande, y a pesar de que, mi gran amigo Tomas Caballero, me advirtió que se nos haría largo el proceso de paso por extranjería para el sellado de visados, finalmente no me resultó tan pesado, y tuvimos la suerte de colocarnos en la cola adecuada, pues ya sabeis, los que habeis hecho cola en alguna ocasión, algo que no es ajeno al españolito de a pié, que hay colas y colas.
El techo del aeropuerto está adornado con banderas, y el colorido es lo primero que salta a la vista. No hubo problemas para encontrar el equipaje, debido al excelente servicio prestado por el personal aeroportuario, y en general, fue más rápido de lo que imaginé a priori, de acuerdo a los relatos de otros viajeros.
Lo primero es cambiar moneda en CUC o peso convertible, que equivale a 0'85 EUR. Como norma de seguridad establecen que solo puede estar en la caja una persona, y la siguiente debe situarse a una distancia prudencial.
Ya en el aeropuerto nos hablaron del deber de todo turista recién llegado de visitar La Casa de la Música, donde los cubanos acuden a "romper cintura" (palabras textuales), y Tropicana, lo que me hizo reir al acordarme de Tomás.
En las puertas del aeropuerto nos vimos arrastradas a un taxi, negro y amarillo, cuyo conductor no puso el cuenta kilómetros, algo que se convertiría en una tradición durante nuestra estancia, aunque Rafael nos aclaró que tienen la obligación de hacerlo.
El hombre nos preguntó si nos molestaba la música, y le dijimos que no, lo que tuvo como consecuencia conocer el volumen musical cubano, que a Rafael Migueles tanto disgusta.
Como si marchásemos en un taxi discoteca, y haciendo esfuerzos por escuchar nuestras voces y la del taxista, quien en lugar de bajar la música para hablarnos, alzaba la voz, emprendimos camino al Hotel Vedado, en el barrio del Vedado, conocido por una gran mayoría de nosotros a través del grupo Orishas.
Hago un pequeño paréntesis para comentar los pormenores automovolísticos, en unos carros sesenteros o setenteros, cuyas piezas se conservan muchas veces con gran dificultad, debido al espfuerzo económico que supone para los cubanos renovar la plantilla automovilística. Más adelante comentaré de los coches.
http://www.youtube.com/watch?v=meyxOHl2wnI
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