La tarde del Jueves nos deparó una sorpresa cuyo portador era Rafael Migueles. En el hall del Hotel Vedado, sentado, leía Juventud Rebelde. Nos trajo algunos Granmas y algunas ediciones de Juventud Rebelde. Con una amplia sonrisa y apuntando a una noticia del periódico preguntó:
- ¿Teneis planes para mañana?
No habíamos hecho ningún plan para nuestro último día, queríamos despedirnos de La Habana con serenidad. Y teníamos el convencimiento de que íbamos a volver, que esa era, tan solo, nuestra primera vez, como lo fue tantas veces de otros.
- No, ninguno- Contestamos.
- Pues mañana, a las siete de la mañana, Fidel ha convocado un encuentro en La Universidad con estudiantes cubanos.
No me lo podía creer. Por la mañana había ido a llevar una carta para él. La carta aún tardaría en llegar a sus manos, pero Fidel Castro, sin saberlo, estaba haciendo posible que cumpliera parte de mi segundo sueño, al convocar su primera aparición en público, tras seis años de retiro.
La suerte había hecho posible esta maravillosa coincidencia, que resultaba casi realidad mágica. La cita era en la universidad, muy cerca del hotel.
Miré casi incrédula el periódico, y allí estaba anunciado.
- Hay que madrugar para coger sitio, a las cinco de la mañana, por lo menos- añadió Rafel.
- ¡Claro! Por Fidel me levanto a la hora que sea.
Dimos una vuelta hacia la Universidad para ver los preparativos. Yo pensaba que cortarían como cinco calles alrededor, como suele ocurrir aquí cuando una autoridad va a hacer aparición pública.
Sin embargo, no había calles cortadas, ni vigilancia especial o distinta del resto de las calles y de los días. Un camión de la televisión y un vigilante en las escaleras de la Universidad, que por cierto, está siempre. Algunas parejas de policía. No mucho más.
Conté a Rafael que me había llamado la atención ese hecho. Incluso pudimos acercarnos a la escalera para ver los preparativos arriba, donde hablaría Fidel. Los policías nos miraban, pero no nos decían nada.
Entonces me acordé de aquella Cumbre de Presidentes Europeos en el Palacio de Congresos, en mi barrio, cuando invadieron cada rincon de miembros de la seguridad del Estado, y de policía, que habitualmente no está allí. Limpiaron el barrio de delincuentes. Eso sí, al marcharse los presidentes, se marchó la policía y volvieron los delincuentes.
Frente al Palacio de Congresos hay un hotel, donde trabajaba mi madre, y en él trabaja un marroquí, o trabajaba. Al salir del trabajo, vió en la acera opuesta llegar el autobús, y temiendo perderlo corrió hacia él, cuando un cuerpo de policía al completo le calló encima, lo empujaron y lo tiraron al suelo, apuntándole con armas y porras. El pobre estaba muerto de miedo, y sin saber que mal había hecho. Le quitaron su mochila, y la revisaron, le trataron con un desprecio absoluto. La cuestión es que era marroquí, con una mochila... ¡Todo un peligro! Al final, al ver que era un pobre trabajador, le dejaron marchar. Pero cuento esto para indicar la diferencia.
Llegó la hora señalada, las cinco de la mañana del viernes. Nos levantamos, nunca pensé que iba a ver a mi hermana madrugar con tanta alegría.
Salimos del hotel, junto a Rafael. La calle estaba llena de gente, que salía de sus casas y caminaba en la misma dirección que nosotros. Jóvenes de diversas agrupaciones, vestían camisetas según su facultad o estudios. Había extranjeros como nosotras, y cubanos de todas las edades y condición. A medida que nos acercábamos a San Lázaro, donde se encuentra la Universidad, el tumulto iba aumentando.
Sonaba música, y jolgorio. Me recordaba a una especie de romería, con la consiguiente diferencia. Pero el ambiente era totalmente festivo.
Pensé que si algún periodista de la falsimedia tuviera que informar de aquello, seguro que argumentaría que esas personas estaban allí obligadas, o que están manipuladas y no tienen capacidad de razonar.
Es que a ellos se les haría difícil creer que alguien que se dedica a la política tenga esa capacidad de convocatoria. La diferencia con los mítines de partido de los políticos de la social democracia era abismal. Cualquiera de los Aznares, Zapateros u Obamas venderían su alma al diablo por conseguir aquello, sin publicidad, porque tengo que decir que no había carteles anunciando la convocatoria. La televisión y los periódicos, por supuesto, como sucede aquí.
A las cinco y cuarto, más o menos, allí había más gente que en la aldea del Rocío en las vísperas de la salida de la Virgen, o que en las puertas del Estadio Olímpico, cuando actuó U2 o Madonna.
Grabamos varios vídeos, que salieron francamente mal, porque me equivoqué al programar la cámara que era nueva, y no la entendía bien. Pero captó los más interesante, la voz de Fidel, potente y profunda, a pesar de su edad. Y el sonido de la gente.
Sonaron varias canciones de Silvio, cantadas en directo por un cantante anónimo (para mí claro), entre ellas La Maza.
A las siete, estaba amaneciendo y Fidel fue precedido por un estudiante, entre murales del Che y Juan Antonio Mella, que se dirigió a sus compañeros.
Fidel llegó vestido de verde olivo, y comenzó a hablar, como siempre había oído que lo hace. Inició en tono bajo, casi imperceptible, hasta alcanzar un volumen sorprendente. El tema era el peligro inminente de guerra que vivimos en estos tiempos de crisis del modelo capitalista.
Fueron cuarenta cinco minutos, en los que aumentaba, gradualemente, el calor, y la voz del Comandante. Los chorreones de sudor recorrían mi cuerpo, y no podía entender cómo alguien que me supera en edad de ese modo, podía soportar con tanta entereza el calor, sin que se resintiera su voz. Teniendo en cuenta que está recuperándose aún de su convalecencia. Intercalaba discurso con bromas sobre sus antiguos longevos discursos. Fue un sueño hecho realidad que nunca olvidaré.
Luego estuvimos tomando café en una cafetería cercana. El resto del día estaba por delante.