El hospedaje en un hotel tiene sus ventajas, aunque también inconvenientes. Si el viajero busca enriquecerse de la experiencia, y alcanzar la simbiosis con el entorno, integrándose en la forma de vida del lugareño, la magia termina cuando al atravesar las puertas del hotel recuerdas que eres un turista, como cualquier otro.
El turista en Cuba es igual que el turista en cualquier otro país. A su llegada al hotel es agasajado con múltiples ofertas dirigidas a mostrar la isla al viajero. Hay paquetes para todos los gustos: Cultural, playero, político, rural, aventurero...
Nosotras queríamos estar a nuestro aire, pero todo el mundo nos dijo que había cosas que no debíamos perdernos, como la visita a Varadero y a Pinar del Río.
Después de preguntar por un paquete que incluía Matanzas, Cienfuegos y Santa Clara, ciudad que era nuestro verdadero objetivo. Y tras constatar que el grupo necesario para llevar a cabo dicho viaje no se había formado, decidimos contratar para el lunes una visita a Varadero.
El autobús tenía su primera parada en nuestro hotel, a las seis de la mañana. El viaje dura cuatro horas, más o menos. Varadero pertenece a Matanzas. El viaje por Matanzas resultó hermoso. La ciudad fue fundada en 1693 y está surcada por tres ríos: Yumurí, San Juan y Canímar.
El guía nos contó brevemente la Historia de Cuba, y algunas curiosidades sobre los lugares por donde pasaba en vehículo. Al otro lado de la ventana te asaltaba el verde de los campos llanos, y el azul del mar y los ríos.
El autobús paró en distintos complejos turísticos, según el presupuesto invertido. Nosotras compramos el más económico que te deja en un Centro Comercial, cuyas escaleras te llevan a la playa. Teníamos derecho a un almuerzo y a una toalla que nos dieron en una taquilla para guardar ropa.
Las tumbonas y las sombrillas son propiedad de los Meliá, y no podían usarse. El paisaje era de ensueño. Un inmenso mar azul cruzado por una línea celeste. Arena sedosa y fina, blanca como la planta de los pies. Cálida el agua y templado el suelo. Pero se respiraba tristeza, en contraste con la alegría diaria a la que habíamos asistido desde nuestra llegada. La razón de esa triste atmósfera se debía a que nos habíamos colado en una reserva capitalista dentro del paraiso socialista. La reserva del turista. Allí faltaba lo mejor de Cuba, el pueblo cubano. En su lugar, la playa estaba semi llena de turistas españoles y de otras nacionalidades, degustando los recursos naturales de la isla, pero apartados del pueblo. Matrimonios de "orden", él leyendo El Mundo, con polo blanco y banderita española en la solapa. Disfrutamos un rato de la playa, en compañía de una chica mallorquina. Dimos un paseo y nos fuimos a comer.
El centro comercial era como cualquiera en España, solo que los objetos de souvenir eran motivos cubanos: Cocotaxis de madera, maracas, pelotitas de béisbol... y revolucionarios, el Che Guevara.
Tengo que admitir que sentí dolor profundo por ver la figura del Comandante vendiéndose como los posters de Madonna en el Corte Inglés. Me negué a comprar nada que tuviera que ver con él, considerándolo una falta de respeto. La frase "Comprar al Che" me resulta repulsiva. Jamás he comprado nada con la cara del Comandante, tampoco en España. Ni camiseta, ni gorra, ni banderas. Y tampoco lo hice en Cuba.
El lugar era topográficamente hermoso, pero triste, por que era la prueba más fehaciente de cómo el bloqueo económico daña a la Revolución, obligando a la isla a ceder pequeños rincones paradisiacos a empresas foráneas hosteleras que las explotan, como lo explotan todo en sus paises de origen. Es la única vía que tienen para acceder a la divisa, tan necesaria para afrontar las duras sanciones que el Sherif Yankee les ha impuesto. No se le puede criticar, porque necesitan el turismo como agua de mayo, y los turistas quieren estar así, en complejos de lujo. Los señores que leen El Mundo con polo blanco y solapa de bandera de España no están interesados en conocer el modo de vida de los cubanos, sino que buscan sentirse ricos en un país con grandes dificultades económicas.
Deseando salir de la reserva y volver a Cuba, al pueblo cubano, nos encaminamos hasta el autobús, lanzando una furtiva mirada a una postal del Che, para despedirme del Comandante y decirle en silencio: "Comandante, solo espero que el uso comercial de tu imagen sirva en este caso para redistribuir la riqueza, y que la divisa se quede aquí, pero es detestable"
Por la noche cenamos con la pareja de valencianos, cuya experiencia varadera parecía haber sido mejor que la nuestra.