domingo, 30 de enero de 2011

De caminos y sueños: Un paseo por la Avenida de los Presidentes.

Al comenzar a escribir este blog sobre mi viaje a La Habana, que dentro de poco, cuando se me acaben los recuerdos, tendré que reinventar, no les hablé de todas las razones y sueños que se entremezclaban en esta primera vez que visitaba la isla.

Eran, en realidad, dos sueños, y no solo uno, los que se habían alojado en mi cabeza y corazón desde muy joven. El primero era más realizable, y de hecho ya lo estaba realizando, viajar a Cuba. Conocer la isla que cincuenta años atrás, cuando yo aún no había nacido, y mi padre era un jovencito, había sido el escenario de batalla de los guerrilleros barbudos, conocer in situ los resultados, su devenir histórico hasta la actualidad, y tener argumentos para continuar defendiendo los principios ideológicos y morales que han constituido mi pensamiento hasta hoy; el socialismo.

Antes de aterrizar, intenté hacer un ejercicio interior, que me ayudase a tratar con objetividad todo lo que iba a descubrir. Es muy difícil alejarse de los prejuicios tanto positivos como negativos cuando has deseado con demasiada intensidad hacer algo. Es como cuando amas a alguien de forma platónica y al hacerlo realidad descubres que no existe la perfección, o que no es oro todo lo que reluce.
Sabía que algo así podía suceder y quería estar prevenida para no caer en el error de ser injusta o ciega. Me juré que iba a ser sincera conmigo misma, y con todos aquellos que me estáis acompañando en este relato, personal e imperfecto.

El segundo sueño, era objetivamente, irrealizable. Se trataba de conocer en persona a Fidel Castro, poder hablarle, y sobre todo, escucharle y transmitirle en persona mi amor al pueblo cubano y a la Revolución.

Debido a su estado de salud, Fidel Castro ha estado apartado de la vida pública al rededor de seis años.
Sin embargo, coincidiendo con la compra de los billetes de avión, repentinamente salió la noticia de la recuperación del Comandante, y su primera comparecencia pública.
Aunque tengo 34 años, mi corazón sigue siendo el de la misma niña que soñaba con estas cosas, y tuve la loca idea de escribir una carta dirigida a Fidel. Tra hacerlo le enseñé la carta a mi hermana y a mis padres, que comentaron que intentase hacérsela llegar (ellos siempre me apoyan en mis locuras). Así que puse en marcha el resto de la locura, y escribí varias veces a Randy Alonso Falcón, director de Mesa Redonda, programa en el que Fidel Castro había comparecido por primera vez tras seis años de retiro, para pedir que le hiciera llegar la carta. Los e-mails nunca llegaron a su destino, y me eran devueltos, puesto que no se puede escribir desde hotmail a los dominios "punto cu", a causa del bloqueo económico que afecta también a Microsoft. Escribí al Consul en Sevilla, quien me respondió diciendo que era un tema a tratar personalmente.

Poco a poco comprendí que no estaba a mi alcance hacerlo y dejé la carta guardada en un cajón, mientras me dedicaba a gastar los cartuchos finales para sacar una maldita plaza de profesora de secundaria que nunca llegaría, una vez más.

Un día cuando regresaba del trabajo, encontré a mi hermana, bastante acalorada. Venía de la calle. Había querido darme una sorpresa y se marchó temprano, con la carta en el bolso, en dirección al Consulado en Sevilla, que se encuentra en la Plaza de Cuba. Su relato es de lo más divertido, aunque la pobre pasó la mayor vergüenza de su vida, algo que hizo como prueba de amor y cariño hacia mí.
Pues parece ser que subió al piso, donde se encuentra el Consulado, un edificio alto. Y una vez allí encontró a un grupo de personas que estaban por distintos trámites. Se moría de la vergüenza de imaginar la cara de la chica de la oficina al mostrarle la carta. Rezó por que le tocase la última y afortunadamente así fue. Tras tramitar los visados, en total normalidad, le dijo a la chica que había algo más. Y entonces le explicó el tema de la carta. Mi hermana dice que la cara de la chica era para fotografiarla. La invitó a esperar un momento, amablemente, y entró en una habitación. Mi hermana imaginaba que la chica había pensado que era una pirada, y más aún cuando salió en compañía de otra mujer, que la miraba con la misma cara de sorpresa.
Explicaron que era la primera vez que se encontraban ante una situación similar, que jamás en la vida nadie había llegado allí con una carta dirigida al Comandante. Vamos, en resumen, ¡qué soy la más "freaky" de la historia de los amigos de la Revolución!
Finalmente, sin saber muy bien que debían hacer, las dos chicas aconsejaron a mi hermana que llevásemos la carta a Cuba, y que la entregásemos en persona en la Oficina de Asuntos Exteriores, que está en una boca calle de la Avenida de los Presidentes. Mi hermana regresó a casa con los visados, acalorada, y aún avergonzada por el atrevimiento, y el momento "freaky" vivido. Debo decir que, conociéndola, no sé como pudo hacerlo, ya que aunque no lo parece, es tremendamente tímida. Es un gran acto de amor, lo aseguro.

Se lo agradecí profundamente y le dije: ¿Cómo te has atrevido? ¡Yo no hubiera podido hacerlo! Luego nos reímos un rato con su relato, que es más cómico de lo que cuento aquí.
Pero con gran sinceridad tengo que decir que me apenaba mucho someter a mi hermana de nuevo a una situación similar, aunque fuese en mi compañía, ya que era yo la verdadera freaky. Así que recién llegadas a La Habana, guardé la carta y no comenté nada de ir a llevarla. Me dediqué a disfrutar y a descubrir.

El miércoles por la noche tuve una nueva regresión a la niña aquella soñadora, y tomé un papel de un cuaderno naranja, que compré para anotar las cosas importantes y luego redactarlas en el blog. Esta vez encabecé la carta dirigida a Raúl Castro, que es el Presidente de Cuba, y le conté que había escrito una carta, que por "vergüenza" y pudor nunca he llevado a su destino, porque pedía algo irrealizable, pero que ahora había decidido incorporar un anexo, para contarles las conclusiones adquiridas tras visitar La Habana por primera vez. Y comencé a escribir...

El Jueves por la mañana, mi sufridora hermana me acompañó en un paseo por la Avenida de los Presidentes, hasta llegar al destino, la dirección que las trabajadoras del Consulado nos habían dado.


Es una larga Avenida, en forma de Alameda, que antiguamente constituía un área boscosa, como todo el Vedado, es conocida por ellos como Calle G.
Consiste en  un paseo precioso, en el que se encuentran diversos edificios de interés: La Casa de las Américas, la Facultad de Comunicación Social, el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, el Hospital Infantil Pedro Borrás, el Hotel Presidente, y otros edificios que albergan centros escolares, centros de salud, edificios gubernamentales, centros culturales de diverso tipo. Lo más llamativo son sus jardines, en el centro, donde están erigidas las estatuas a los Héroes de la Independencia (Calixto García, Simón Bolívar, Eloy Alfaro, Benito Juárez, Omar Torrijos, Salvador Allende, y José Miguel Gómez) y a presidentes latino americanos considerados libertadores, entre los que destaca Salvador Allende.

El día era muy caluroso, y caminando llegamos a la Oficina de Exteriores, que consistía en un humilde departamento, con una recepción donde había una simpática mujer, un guardia, que hablaba con ella, y una ventanilla de registro, con una chica. Nada que ver con la parafernalia de nuestras consejerías y edificios oficiales. En la puerta había un pequeño grupo de personas, esperando para algún trámite. Tras aguardar un rato, me acerqué a la mujer de la recepción, y para prevenirla de lo que iba a decirle, comencé diciendo. "Verá esto que le voy a pedir es un poco especial" y seguí explicando. Lejos de poner caras de sorpresa o hacer muecas extrañas, la simpática señora le restó importancia, y dijo expresivamente: ¡Claro, claro! ¡Una carta de admiración al Comandante y a la Revolución! Y prosiguió: Esperen a las 14 horas, que contacte con alguien de la diplomacia y hablan con una persona que les ayude.

Eran las 12.30, de modo que dimos un paseo hasta llegar casi a la altura del Malecón, no sentamos en un banco, contemplamos a las señoras ataviadas de blanco de la cabeza a los pies, las cuales no eran Damas de Blanco, sino creyentes en la santería. El blanco simboliza una promesa.

Algunas mujeres iban cargadas con bolsas o javitas, como ellos dicen, con pan y algo de verdura. Otras se cubrían con paraguas para protegerse del sol. Contemplamos la bandera cubana, ondeada por la brisa del Mar Caribe, quedaban pocas horas ya que en dos días tendríamos que marcharnos, y volver a la opulencia virtual del capitalismo, y a su grisáceo modo de vida.

Durante un rato estuvimos en silencio, cada cual pensando en lo suyo. Tuve la sensación, por primera vez en mi vida, de no pensar en nada.

Estábamos entre gente que tenía muchas menos cosas que nosotras, pero sus rostros reflejaban tranquuilidad, alegría, compañerismo, ausencia de prejuicios. Prejuicios que nosotros, al otro lado, si tenemos. Temerosos del vecino, del que te habla en plena calle sin conocerte de nada, molestos por el ruido, por los niños que juegan y gritan, por el calor, por el frío. ¡Y ellos lo soportan todo, lo bueno, lo malo, con tanto optimismo!

Regresamos a la hora prevista, y una atractiva mujer nos atendió, amablemente. Nos comentó que era la primera vez que un turista llegaba con una carta dirigida a Fidel (al Comandante). Luego hablamos un rato de Cuba, de la visión que el extranjero tiene de los cubanos, ella comentó sus experiencias fuera de Cuba, ya que había vivido en Estocolmo. Fue muy gratificante. Se llevó la carta, de la cual ya no se nada.

Tal son los sueños y los caminos.