Como ya sabeis, los que me conoceis bien, visitar La Habana, o mejor dicho, toda Cuba (si pudiera), ha sido mi sueño desde la infancia, adolescencia y juventud. Así que, desde que comencé a tener dinero propio, cuando podía guardaba algo, con el objeto de destinarlo a cumplir mi sueño.
Luego ese dinero nunca llegaba a quedar guardado, y era gastado en otros menesteres. Tengo que señalar que, hasta hace relativamente poco, mis trabajos consistían en contratos por obra y servicio que apenas duraban 15 días, y lo más que llegaba a tener en un mes eran 300 o 200 Euros, que estiraba de una forma espectacular, con la ayuda, claro está, de mis padres, que nunca me han puesto morros o mala cara por habitar su vivienda, que también es mía, aunque no haya contribuido para pagarla con el sudor de mi frente.
Pero finalmente, hace un mes más o menos, la curiosidad me llevó a una agencia de viajes on line, y consulté, así en plan “voy a soñar despierta”, un vuelo Sevilla – La Habana, y ¡zas!, ahí estaba el mío, esperándome, perfecto para mis ahorros, “una ganga” que dirían unos, “lo hubiera encontrado yo más barato” que dirían otros.
Tuve una subida de adrenalina, que sumada a los nervios que tenía debido al examen que se me avecinaba (las oposiciones), provocó una primera anécdota, que en seguida pasaré a mencionar. En esta nota, voy a compartir con vosotros las consecuencias de preparar un viaje “caminando por las nubes”.
CAPITULO 1º. PORCA MISERIA!
El vuelo lo reservé on line en Viajes el Corte Inglés. Era vuelo, exclusivamente, sin estancia, ya que aún no sabíamos donde queríamos hospedarnos. Los paquetes suelen llevarte a hoteles de pulserita y guía, y nosotras (mi sister y yo) no queríamos nada parecido a eso.
De modo que quedé con mi hermana (compañera de viaje, será el primero que hacemos juntas y solitas) en el mismo Corte Inglés, ya que la reserva decía que ésta espiraba a las 24 horas, si no efectuabas la compra en el establecimiento.
La reserva la había hecho al medio día del día anterior, de modo, que nos fuimos directas a la Agencia de Viajes del Corte Inglés, situada en Nervión, y nos dijimos… “luego comemos”
La atención al público estaba en manos de un joven con aspecto pulcro, con el pelo bien peinado y la raya bien trazada. Por su forma de hablar, determinamos que se trataba de un miembro de la tribu urbana conocida con en nombre de “pijos”. El joven nos invitó a sentarnos, y formamos un cuadro llamativo, el joven pulcro y las dos “chicarronas” del sur. Observó atentamente la reserva que le entregué y exclamó sin ocultar su sorpresa (no sé porqué): ¿La Habana?!
Asentimos en silencio. Y el continuo hablando. “Está bien de precio, barato… ¿Sólo vuelo? ¿No quereis alojamiento?
Le comentamos que no estábamos decididas, pero que si él nos ayudaba lo contratábamos también. Entonces dijo. “Sí, pero si contratais alojamiento, este vuelo hay que anularlo y buscar otro”
Respondimos, que en ese caso, lo buscaríamos nosotras. Pues el vuelo era una ganga.
El tipo arqueó la ceja, como irritado, y procedió a solicitar el vuelo reservado. Cuando llegó la hora de pagar dijo… debe ser con tarjeta visa. Yo no tenía tarjeta visa, ya que nunca la había necesitado hasta la fecha, y en otras ocasiones había comprado vuelos más baratos con la mía “maestro” de toda la vida. Se lo dije, sin saber, por su puesto, que con la maestro no se pueden hacer compras de una cantidad mayor a 600 Eur o menos creo. Y el joven pijo no se molestó en explicármelo, solo me la cogió y, dispuesto a divertirse, dejó que el programa hablara por sí solo.
Entonces mi hermana sacó su visa del bolso, y dijo, prueba con esta… El tipo volvió a arquear la ceja, y para su regocijo estaba limitada a 600 euros también. Un brillo malévolo comenzaba a apoderarse de la mirada del agente de viajes, cuando mi hermana, arqueó su ceja aún más que él, y añadió. “Nos queda la tarjeta del Corte Inglés”… el pijo sintió desfallecer en ese duelo oculto que subyacía en la compra… y mi hermana abrió su bolso nuevamente, para constatar apesadumbrada que la había olvidado en casa. Los ojos del pijo volvieron a brillar, conocedor de su triunfo. Y finalizó diciendo… “otra opción es pagarlo al contado, pero ningún cajero permite sacar más de 600 euros” y arqueando nuevamente la ceja, nos hizo un guiño triunfante.
Nos dijo que El Corte Inglés estaba abierto hasta las 22 horas y que podíamos volver, que él dejaría allí una nota a su compañero diciendo que la reserva estaba en espera de compra… pero todo lo hablaba con gesto malvado, y no nos resultó fiable.
A la salida discutimos sobre el hecho de volver a casa, descansar, y volver con la tarjeta del Corte Inglés antes de las 22 horas, coincidimos en la idea de que el tipo no parecía fiable… y finalmente los pasos sin dirección concreta nos llevaron frente a un cajero automático. Cada una sacó sus tarjetas… yo una, mi hermana dos, y sacamos dinero de las tres, pudiendo así saltarnos el límite de dinero establecido. Lo guardamos apresuradamente en los bolsos, y nos volvimos a meter en el Corte Inglés, para contarlo y ordenar los billetes… nos metimos en los servicios, las dos juntas en uno… Y empezamos:
“Ahí van cien, doscientos, trescientos, cuatrocientos…”
Al salir, una señora esperaba para entrar, nos observó en silencio, y supongo que muerta de curiosidad por saber que hacían dos chicas jóvenes, juntas en el interior de un servicio público, contando algo que parecía dinero…
Nos plantamos delante del pijo y dijimos: “Asunto arreglado”.
El tipo nos miró sorprendido, y balbuceó unas palabras: “Habeis ido a por la tarjeta”
A lo que respondimos: “No, pagamos al contado”
Se quedó completamente helado. “Pero ¿¡Como habeis podido sacar tanto dinero de un cajero!?
Mi hermana arqueó su ceja (yo no se hacerlo, lástima), y dijo. “Tenemos tres tarjetas”
Tuvo que contar por lo menos cinco veces, de los nervios que le entraron. Le habíamos dado el dinero justo, no había posibilidad de error. Su rostro pulcro comenzó a llenarse de gotitas de sudor… y finalmente con nuestro recibo de información del vuelo… marchamos felizmente a comer.
Tal fue el subidón, que me zampé yo solita una pizza de las grandes que había pedido por error, mientras recordábamos la anécdota muertas de risa.
Nos imaginamos como hubiera sido la misma escena si hubiéramos aparecido con el dinero en un maletín negro, y exclamado a su pregunta...¡Poca Miseria! dando un golpe en la mesa al estilo mafioso.
Esta es la primera de las anécdotas de lo que será mi anecdotario del Viaje a La Habana.
¡Salud, República, Viva la Revolución Cubana!