Esta entrada va dedicada a alguien especial que hizo el viaje de Colón, pero a la inversa. No vino montada en las Carabelas. Atravesó los aires y la atmósfera. Conoció el palacio de las nubes, y pudo ver, por primera vez, las acuarelas que la naturaleza creó tras orogenias y procesos bioclimáticos.
Ella es mi cubanita, mi niña, la que canta hermosas canciones al son de la guitarra.
¡Pobre guitarra! Aburrida y sola vivió en mi armario hasta que llegó Betsy.
No es habitual recibir la visita de amigos cubanos, debido a las dificultades que tienen para viajar. Esas que ya he comentado alguna entrada antes. Pero Betsy aterrizó en Alemania, después de un largo día, interminable para ella. De Alemania fue a Barcelona, de Barcelona a Nerja y de Nerja a Sevilla.
Amiga Betsy, se me olvidó decirte que su nombre romano fue Híspalis (La ciudad de los palos). Toda ella era una marisma, y no había tierra firme, las casas se sostenían con palos para evitar que el agua entrase en ellas.
La sonrisa eterna, la pureza del alma, la belleza de la sencillez. Es un todo en ella.
Betsy pasea por las calles de mi ciudad despertando el interés de algunos que le hablan en inglés al notar que es forastera.
- ¡Eso me hará perder cubanía! ¡Qué nunca se sepa! - se apresura a decir.
Tú no pierdes cubanía ni aunque te fundan de nuevo. Eres cien por cien cubana, por los "cuatro costaos" que aquí decimos.
En su senda busca rastros de Cuba, y se queda prendada de la arquitectura andalusí, así como de la imponente obra de Anibal González durante la Exposición de 1929.
Pasea por Itálica y se imagina a los leones en el Anfiteatro, y al llegar noche, escribe unas notas llenas de amor y añoranza, y se despide la guitarra en unos acordes.
La cubanita está en España y trae hasta nosotros un pedacito de su bella isla, azotada por Sandy, resistente y noble, como Betsy.
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